lunes, 20 de octubre de 2008

"Enemigos de la Democracia: Ateos y agnósticos"

Para mí, uno es libre y más libre en la mente que en la realidad cotidiana, ateos y agnósticos son una de las rémoras o cargas que la Democracia en sus servidumbres ha de soportar.

He de distinguir, para mí que soy libre en mi pensamiento y elucubraciones, hay una diferencia substancial entre agnóstico y ateo. A-Zeus, NO dios o ser supremo, es que niega su existencia. Dios no existe ni ha existido ni puede existir nunca. Yo llamo ag-nóstcos (no nogsis, no conocimiento) al que afirma que la existencia de Dios NO se puede conocer, exista o no exista. Está más allá de toda posibilidad del conocimiento humano e infinitamente más del y el convencimiento humano. (Creer en su existencia)

Para un agnóstico verdadero, según mis distinciones Dios puede o no puede existir. Soy yo, y mi intelecto discursivo y pensante el que no puede llegar al conocimiento y la convicción de su no existencia o existencia.

Para el común de pensadores y humanos ambos términos se igualan, sustituyen y se superponen. En estas líneas han de verse como se establecen en mi conocimiento y praxis.

Pero ¿Por qué considero a ateos y agnóstico como servidumbres, es decir algo que hay que soportar, aunque no sea verdadero, de la democracia cuando el pensamiento actual los considera base y sostén impulsor de la democracia?

El estado natural del hombre, creo yo y soy libre e creerlo, es ser un “homo religiosus”, hombre religioso. (Re ligare, ligado con la existencia de Dios) Cuando lo hacemos ateo, desligado de la existencia de Dio y hasta su negador, el hombre empieza no ser hombre en el pleno sentido de la palabra, en su propia esencia, en su natural naturaleza.

De la misma manera que tiene mano para tocar y asir, ojos para ver y mente para pensar o voluntad para querer o no querer, tiene esa capacidad de “presentir”, casi papar la existencia de Dios y estar su mente y su corazón “naturalmente” inclinados a aceptar su existencia y hasta obrar, en el devenir de los siglos, en consecuencia.

La historia de todos los pueblos de la humanidad es una “historia religiosa”. Desde los pueblos más primitivos, los más incultos, los más sabios, los más pensadores, los más materialistas, los más espirituales, todos sin distinción alguna ni ruptura de la continuidad histórica han sido “religiosos”, temerosos, amantes o temerosos amantes de la divinidad, de alguna divinidad, aún encarnada en mil divinidades, mil fuerzas de la naturaleza, sobre todo desaforadas, o mil mitos y supersticiones. Pero todas ellas como genuino núcleo engendrador de un sentir a la divinidad, sea la que sea, como presente y consciente.

Son los ateos y los agnósticos, los, que aunque ellos se crean pléyades, son, han sido y serán minorías, por muchos ateos que en el mundo han sido. No son los malos de la película pero desde luego sí los desencajados de ella.

Es por ello que en la esencia de la democracia, si la democracia es libertad del hombre, hay que aceptar al hombre, sujeto y sostén de ella, como hombre religioso.

Es el no religioso el que distorsiona a misma esencia de la democracia y hay que aceptarlo como una servidumbre y casi limitación de la democracia.

¡Qué equivocado está el pensamiento actual, para mí al menos, cuando quiere limitar el sentido profundo del hombre como ser religioso y arrinconarlo en la esfera de lo personal-íntimo y desterrarlo de vida política!

¡Cuán equivocados creo que están los políticos y pensadores que quieren imponer un laicismo ateo a toda la sociedad cuando se llevarían la mayor de las sorpresas del mundo al comprobar que muchos, muchísimos de los que se declaran ateos o agnósticos tienen muy serias dudas sobre la fortaleza y base científica de su pensamiento y si no en su razón obnubilada, sí en su corazón anhelante e inquieto tienen el ansia de creer y hasta casi creen en el que dicen no creer o saber.

Y esos miles y quizás millones de hombres y mujeres que viven como si Dios no existiera, comodidad, competencia, egoísmo, ambición, poder, óptimo estar, rampancia, (lucha por rampar más arriba según una escala egoísta de valores) cuando llegan los momentos decisivos de sus vidas vuelven o intentan volver al estado natural de su naturaleza, al hombre religioso.

Aunque yo no quiero meter ni la Revelación Judeo Cristiana ni la santidad de la mujeres y hombres santos como argumento aquí, sí voy a terminar citando San Agustín con sus conocidas palabras, más por sabio y pensador, y por tanto pensador creyente que como cristiano. “Nos hiciste Señor para Ti y nuestro corazón, ¡oh milagro no dice nuestra inteligencia! anda inquieto hasta que no descanse en Ti”

Si son sensatos, aunque sean agnósticos o ateos, téngalo en cuenta los políticos. La verdad es la fuerza (suaviter et fortiter) de la Verdad, sin violencia pero con fuerza imparable, aunque a veces, erróneamente, crean que la han vencido.

Dios existe, mis queridos agnósticos y ateos, y esta verdad, gravada en l corazón del hombre por la huella del dedo creador, es la Verdad.

Esta no es mi fe cristiana, aunque forme parte de ella. Esta es mi verdad y así lo sé firmemente, sentado en ese tranquilo y seguro rincón de la derecha civilizada.

Carlos Portillo Scharfhausen.

“Servidumbres de la Democracia.”

cartisen@hotamail.com

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