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He estado reflexionando sobre las cualidades necesarias para que los que nos decimos democráticos seamos efectivamente demócratas.
Hoy me voy a fijar en las cualidades internas y subjetivas. Las exigencias de la democracia a su fieles.
Para ser demócrata he auscultado mi conciencia, ¿pero existe aún hoy en día la conciencia? ¿Qué es eso?, bueno me he estado auto auscultando reflexivamente, es la única capacidad humana que puede volverse sobre sí misma y conocerse, y me he encontrado un poco o un mucho limitado en mis cualidades y afincamiento a ser demócrata.
En primer lugar, - ¿quién lo diría? - la democracia me exige ser un hombre cada vez más culto. Cuando soy menos culto tengo menos capacidad de elegir y discernir y por tanto soy más manipulable y menos demócrata.
En segundo lugar esos conocimientos y cultura me deben permitir y hacer de hecho opciones más libre y estas deben verdaderas. Reales. Auténticas. Positivas individualmente y para la comunidad. Es un error tremendo creer que se es más democrático cuando se puede elegir lo que se quiera, y no lo más conveniente para sí mismo pero para sí mismo dentro de lo más conveniente para la comunidad en que se elige.
La democracia está llamada a la mayor verdad posible y no se es demócrata cuando a sabiendas se elige una dirección contraria al bien común posible.
Por todo ello para llegar a ser verdaderamente demócrata tengo tres deberes interiores, subjetivos, personales e intransferibles, urgentes, reales, obligatorios, apremiantes y responsables.
Primero “El deber de la libertad.”
Si personalmente no soy libre interiormente, mental, afectiva y volitivamente carezco de una de las cualidades absolutamente necesarias para ser demócrata.
No se es libre porque nos parezca o vivamos como si la libertad no tuviera límites. Hago lo que quiero, cuando quiero y donde quiero, sin más cortapisas o condicionantes que mis propios deseos, caprichos o pensamientos desbordados y sin pasar por la criba de la inteligencia.
Solo los hombres libres son demócratas y tanto más cuanto más libres son, pero solo dentro de las razonables limitaciones de la naturaleza humana. No de sus caprichos. No de sus apetencias desmedidas o abusivas.
Por ello es profundamente necesario fundamentar en unas verdaderas reglas del juego la libertad personal. Y su uso bajo una conciencia recta y sosegada. Una deficiente o mala formación de la conciencia, ya por errónea, ya por laza, ya por pusilánime, ya por malformada, ya por estar basada en falsedades fuera de los límites de la verdad nos lleva a hombres incapacitados o disminuidos para ser libres y por tanto para ser demócratas. Y
Segundo “El deber a la verdad”.
Dediqué todo un artículo a este tema, visto desde el ángulo del derecho a la verdad.
.Sólo añadiré que el hombre está hecho para la verdad y que toda falsedad o error los desvirtúa y lo rompe. Lo desmiembra. Lo atenaza. Lo falsea. Lo hace inservible para la democracia.
Y cuando los individuos, las Sociedades, Los Estados, las Iglesias o Confesiones, los partidos políticos, nos quieren engatusar con sus verdades limitadas o interesadas, a veces muy por debajo o distantes de las realidades de la misma naturaleza y sensatez, falseamos la mente y la mente falsea al corazón, y mente y corazón falsean a la verdad y a la libertad de las personas, catequizadas no solo como muchas veces nos hacen creer por los fanatismos religiosos sino también por los políticos y hasta por los económicos.
Queremos militantes casi autómatas. Sin criterios y con una voluntad dirigida en una sola dirección extradirigida.
Me queda por comentar brevemente el tercer condicionante para ser verdadera y subjetivamente demócrata.
El deber del Bien. Personal y colectivo.
El deber de buscar nuestro propio bien es un deber intransferible y prioritario. Hasta para buscar el bien de la colectividad hace falta estar y tener el propio bien.
Pero quedarnos solo en nuestro propio bien es quedarnos en el más profundo de los errores y debilidades humanas. Y las más terribles de nuestras limitaciones. En el más asqueroso de nuestros egoísmos.
Todo bien personal debe estar encuadrado y dentro del bien de la colectividad o de nuestra propia Sociedad. Pero el bien de toda Sociedad es la suma, sin exclusión alguna, de los bienes de todos y cada uno de sus miembros. Todos los bienes son armónicos. Todos los bienes encajan unos con otros. Todos los bienes deben ser compatibles y coexistentes en el tiempo.
Cuando algo que creemos nuestro bien choca frontalmente con el bien común seguramente, ciertamente no debe ser nuestro propio e individual bien. Porque todo bien personal encaja en el bien colectivo. Si no encaja debe ser egoísta engañoso. Falso. No verdadero bien.
Los tres deberes son difíciles y necesarios. Sobre los tres se ha filosofado y discutido, dogmatizado e impuesto muchas veces.
Es curioso que al final de todo tengamos siempre que encontrar un pensamiento filosófico, una doctrina de pensamiento, una escuela de entender la naturaleza y la persona humana.
En estas líneas intentaré, sin imposición ninguna, exponer la mía. Claro que es sólo la mía y la de aquellos que piensen como yo o yo como ellos. Claro que yo la acepto como la más próxima a la verdad, porque si no, no sería honesto ni conmigo mismo ni con los que me lean. Pero claro que la concibo como modificable, perfectible y perfeccionable. Si no sería falsa desde su propia esencia y principio.
El cumplimiento conmigo mismo de estos tres deberes me ponen en la línea de salida para ser verdaderamente demócrata subjetivamente.
Y desde este pequeño pero confortable en el pensar rincón de la derecha moderada y civilizada, te invito a que tú reflexiones sobre cómo están estos tres deberes en la aceptación de tu subjetivamente democracia personal.
Y cuando algunas veces siendo hasta rabiosamente de izquierdas te des cuenta que coincidimos, o estamos muy próximos, no te asustes creyendo que se tambalean tus principios izquierdistas. El casi cien por cien de lo que yo voy a decir no es de derechas ni de izquierdas. Es sencillamente de sentido común. Y como eres honrado con tu inteligencia es tu común sentir como hombre y como persona.
Carlos Portillo Scharfhausen.
"Servidumbres de la democracia"
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